Un desmayo siempre inquieta. La persona que lo sufre pierde la consciencia de golpe y quienes lo presencian sienten la urgencia de reaccionar sin saber muy bien cómo. En la mayoría de los casos, detrás de esa pérdida repentina está el síncope vasovagal, una reacción del organismo que, aunque suele ser benigna, impresiona por lo inesperada que resulta.
Este tipo de síncope aparece porque el cuerpo responde de manera exagerada a ciertos estímulos: la tensión arterial baja, el pulso se enlentece y, durante unos segundos, el cerebro recibe menos sangre de la necesaria. El resultado es un desvanecimiento breve, del que se recupera enseguida, aunque la sensación de susto y debilidad posterior suele acompañar durante un rato.
Tras el desvanecimiento llega la recuperación rápida, y con ella las dudas. Ponerle nombre a lo que ha ocurrido y conocer sus mecanismos permite darle sentido a una situación que, aunque impresiona, suele ser pasajera.
¿Qué es el síncope vasovagal y por qué se produce?
El síncope vasovagal es el tipo de desmayo más frecuente en la población general y suele aparecer de forma inesperada. No es una enfermedad en sí misma, sino una reacción del organismo ante un estímulo concreto. Lo que ocurre es que el sistema nervioso autónomo, encargado de regular funciones vitales como la presión arterial y el pulso, responde de forma exagerada. Esta activación del nervio vago provoca que el corazón lata más despacio, los vasos sanguíneos se dilaten y, en consecuencia, baje de manera brusca la tensión arterial. Con menos sangre llegando al cerebro, la persona pierde la consciencia de manera transitoria.
A diferencia de otras causas de desmayo, el vasovagal suele ser benigno y se resuelve en segundos. Sin embargo, la experiencia es muy impactante porque da la sensación de que el cuerpo se “apaga” de repente. Tras el episodio, la recuperación es rápida, aunque no es raro que queden síntomas residuales como cansancio, debilidad o dolor de cabeza leve.
Conviene insistir en que, aunque la mayoría de los casos no implican gravedad, siempre es recomendable una valoración médica, sobre todo cuando se trata del primer episodio o cuando los desmayos se repiten. El objetivo no es solo confirmar que se trata de un síncope vasovagal, sino también descartar otras causas más serias, como las de origen cardiaco o neurológico.
Causas y desencadenantes más comunes del síncope vasovagal
Los episodios de síncope vasovagal no aparecen al azar: casi siempre hay un factor que los provoca. En muchas personas, el desencadenante es físico. Permanecer de pie durante mucho tiempo, sobre todo en ambientes calurosos o con poca ventilación, favorece que la sangre se acumule en las piernas y descienda el flujo hacia el cerebro. La deshidratación y el agotamiento también aumentan esa vulnerabilidad, haciendo más fácil que se produzca el desvanecimiento.
Otros desencadenantes tienen que ver con el componente emocional. Una situación de estrés intenso, un sobresalto, la ansiedad o incluso algo tan concreto como ver sangre o pasar por una extracción de sangre son estímulos capaces de activar el nervio vago y provocar la reacción. En estos casos, el cuerpo responde con una caída brusca del pulso y de la tensión arterial, lo que termina en el desmayo.
También el dolor, cuando es muy agudo, puede ser un disparador. Un golpe fuerte, una fractura o una intervención menor pueden desencadenar este tipo de síncope en personas predispuestas. No es tanto la lesión en sí, sino la forma en la que el organismo reacciona frente a ese estímulo doloroso.
En algunos casos, varios factores se combinan: por ejemplo, una persona cansada, deshidratada y sometida a tensión emocional tiene más probabilidades de sufrir un síncope vasovagal. Esa mezcla de elementos físicos y emocionales explica por qué este tipo de desmayos son tan frecuentes y, al mismo tiempo, tan imprevisibles.