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Pie cavo: cuando el arco del pie se eleva más de la cuenta

lunes, 11 de agosto de 2025

El pie cavo es una alteración en la que el arco plantar está más alto de lo normal. Este cambio en la estructura del pie modifica la forma en la que se apoya el peso al caminar, concentrándolo en el talón y en la parte delantera. Aunque puede pasar desapercibido en casos leves, en otros provoca dolor, inestabilidad y un mayor riesgo de lesiones.

A diferencia del pie plano, donde el arco se aplana, en el pie cavo se produce el efecto contrario. Esto hace que la superficie de apoyo sea menor y que ciertas zonas del pie trabajen más de lo debido. Con el tiempo, esta sobrecarga puede derivar en callosidades, dedos en garra, fascitis plantar o problemas en tobillos y rodillas.

El origen puede estar en factores hereditarios, lesiones previas o enfermedades neurológicas que afectan a la musculatura. Identificarlo a tiempo y tratarlo de forma adecuada ayuda a reducir el dolor, mejorar la estabilidad y evitar que la deformidad progrese.

¿Qué es el pie cavo y cómo se diferencia del pie normal?

En condiciones normales, el arco plantar —la curvatura que se forma en la parte interna del pie cuando estamos de pie— actúa como un amortiguador. Absorbe parte del impacto al caminar y ayuda a distribuir el peso de forma equilibrada.

En el pie cavo, ese arco está exageradamente elevado. Esto hace que el peso se concentre en el talón y en la parte delantera del pie, reduciendo la superficie de apoyo y provocando sobrecarga en zonas concretas. A diferencia del pie plano, donde el arco se aplana, aquí sucede justo lo contrario: el arco es demasiado pronunciado.

Si no se trata, el pie cavo puede favorecer la aparición de callosidades, dolor crónico, inestabilidad al caminar y, en algunos casos, deformidades en los dedos como los “dedos en garra”.

Causas más frecuentes del pie cavo

El pie cavo no siempre tiene un origen claro. En algunos pacientes aparece de forma aislada y sin antecedentes familiares ni enfermedades asociadas. Sin embargo, en la mayoría de los casos se relaciona con factores concretos que afectan a la estructura del pie, al control muscular o al equilibrio de las articulaciones. Entender su causa es fundamental para decidir el tratamiento y prevenir que la deformidad avance.

Origen neurológico

Las enfermedades neurológicas son una de las principales causas del pie cavo. En estas situaciones, los nervios que controlan los músculos del pie y la pierna no funcionan correctamente, lo que provoca un desequilibrio entre músculos que elevan el arco y los que lo bajan. Como consecuencia, el arco plantar se acentúa de forma progresiva.

Entre las patologías más asociadas se encuentran la enfermedad de Charcot-Marie-Tooth, la polineuropatía periférica, la distrofia muscular o la parálisis cerebral. Estas alteraciones no solo modifican la forma del pie, sino que también afectan a la fuerza, la estabilidad y la coordinación al caminar. En estos casos, el pie cavo suele evolucionar con el tiempo y requiere un seguimiento más estrecho.

Origen ortopédico o estructural

El pie cavo también puede ser consecuencia de un problema mecánico o de una alteración en la estructura ósea del pie o del tobillo. Fracturas mal consolidadas, lesiones graves de tobillo, luxaciones o secuelas de traumatismos pueden modificar el alineamiento natural de las articulaciones, generando un arco más alto de lo normal.

En personas con lesiones antiguas, el pie cavo puede aparecer de forma lenta y progresiva, a menudo acompañado de rigidez y cambios en la forma de caminar. Este tipo de origen suele requerir una evaluación radiológica para valorar la alineación y descartar otras deformidades asociadas.

Factores hereditarios y otros desencadenantes

En algunos casos, el pie cavo se presenta en varios miembros de una misma familia, lo que sugiere un componente genético. Aquí, la forma del pie está determinada desde el nacimiento y, aunque la deformidad puede ser estable durante años, los síntomas pueden aparecer más tarde, especialmente si aumenta la actividad física o se utiliza un calzado inadecuado.

Otros desencadenantes incluyen el acortamiento de la fascia plantar, desequilibrios musculares por sedentarismo o entrenamientos inadecuados, y enfermedades como la poliomielitis, que dejan secuelas permanentes en la musculatura del pie.

Señales de alerta y síntomas más comunes

En muchas personas, un arco plantar más alto de lo normal no provoca molestias y se descubre por casualidad durante una revisión. Sin embargo, cuando la alteración empieza a generar problemas, las señales suelen ser claras y progresivas. Conviene consultar con un especialista si aparecen uno o varios de estos síntomas:

  • Dolor en la planta o en el talón: suele intensificarse al caminar largas distancias o al permanecer de pie durante mucho tiempo. En casos avanzados, incluso actividades cotidianas pueden resultar incómodas.
  • Callosidades o durezas localizadas: aparecen sobre todo bajo las cabezas de los metatarsos debido a la sobrecarga de esa zona. Pueden ir acompañadas de enrojecimiento o inflamación.
  • Problemas para encontrar calzado cómodo: el arco elevado y la forma del pie hacen que muchas hormas resulten estrechas o provoquen roces.
  • Torceduras de tobillo o sensación de inestabilidad: la menor superficie de apoyo favorece que el pie se incline con facilidad, aumentando el riesgo de esguinces.
  • Cansancio o sobrecarga en pies y piernas: incluso en actividades de baja intensidad, la musculatura y las articulaciones trabajan más para compensar la falta de amortiguación.

Si no se trata, la sintomatología puede intensificarse con el tiempo y afectar a la forma de caminar, a otras articulaciones e incluso a la postura general. Un diagnóstico precoz permite iniciar medidas que reduzcan el dolor y eviten complicaciones.

Diagnóstico del pie cavo

La valoración médica es esencial para determinar si el arco del pie presenta una altura fuera de lo normal y si esa alteración está provocando síntomas. El diagnóstico combina la exploración física con pruebas complementarias que permiten identificar la causa y planificar el tratamiento más adecuado.

En la exploración física, el especialista observa la forma del pie tanto en reposo como en carga (de pie), evaluando la alineación de tobillos, la movilidad de las articulaciones y la fuerza de la musculatura. También se analizan signos como callosidades, deformidades en los dedos o inestabilidad al caminar.

Las pruebas de imagen más habituales son las radiografías, que ofrecen una visión clara de la estructura ósea y permiten medir el grado de elevación del arco. En casos más complejos, se pueden solicitar resonancias magnéticas para evaluar ligamentos, tendones y músculos.

Además, un estudio de la pisada o baropodometría puede mostrar cómo se distribuye el peso en el pie, detectando zonas de sobrecarga. Si existe sospecha de un origen neurológico, el paciente puede ser derivado a un neurólogo para completar la evaluación con estudios de conducción nerviosa o electromiograma.

Un diagnóstico preciso no solo confirma la presencia de la deformidad, sino que también orienta sobre si es necesario un tratamiento conservador, una corrección quirúrgica o simplemente un seguimiento periódico.

Tratamiento: cómo aliviar el dolor y mejorar la función del pie

El abordaje terapéutico depende de la causa, la edad del paciente, el grado de deformidad y la intensidad de los síntomas. No todos los casos requieren cirugía: en la mayoría, un tratamiento conservador bien planificado puede reducir el dolor, mejorar la estabilidad y permitir una vida activa.

Opciones conservadoras

  • Plantillas personalizadas. Son una de las medidas más efectivas para redistribuir la presión en el pie. Están diseñadas para adaptarse a la forma específica de cada paciente, ofreciendo apoyo en el arco y amortiguando las zonas de sobrecarga. Se recomiendan especialmente en personas con dolor bajo los metatarsos o en el talón.
  • Calzado adecuado. Se aconsejan zapatos con buena amortiguación, suela flexible y suficiente espacio en la puntera para evitar roces. En casos de inestabilidad, el calzado con refuerzo en el tobillo ayuda a prevenir torceduras.
  • Ejercicios para fortalecer y estirar. Un programa supervisado por un fisioterapeuta puede incluir ejercicios de estiramiento de la fascia plantar y los músculos gemelos, así como fortalecimiento de músculos intrínsecos del pie y del tobillo. Esto mejora la estabilidad y la absorción de impactos.
  • Fisioterapia y tratamiento manual. Técnicas como la movilización articular, el trabajo sobre la musculatura acortada y la reeducación de la marcha ayudan a optimizar la función del pie y reducir el dolor.
  • Control de la actividad física. En fases de dolor agudo, conviene reducir actividades de alto impacto como correr en superficies duras o saltar, sustituyéndolas por ejercicios de bajo impacto como natación o ciclismo.

Tratamiento quirúrgico

La cirugía se plantea cuando el dolor es persistente, la deformidad es rígida o existe un origen neurológico que no puede corregirse con medidas conservadoras. El objetivo es mejorar la alineación del pie y restablecer un apoyo más equilibrado.

Entre las técnicas más empleadas se encuentran:

  • Liberación de tejidos blandos para reducir la tensión en la fascia plantar y en tendones acortados.
  • Osteotomías (cortes y realineación de huesos) para corregir la forma del pie.
  • Fusiones articulares en casos graves, para estabilizar el pie y prevenir deformidades progresivas.

La elección del procedimiento depende del grado de afectación, la edad, el estado general de salud y las expectativas del paciente. Tras la intervención, suele ser necesaria una fase de rehabilitación para recuperar fuerza y movilidad.

Pie cavo en niños: cuándo actuar y cómo tratarlo

En la infancia, un arco plantar alto puede pasar inadvertido, ya que en muchos casos no provoca dolor y no limita la actividad física. Sin embargo, cuando la deformidad es marcada o está asociada a otros problemas, puede afectar a la forma de caminar, al equilibrio y al desarrollo musculoesquelético.

Es importante diferenciar entre un pie cavo flexible, que mantiene movilidad en las articulaciones y suele evolucionar sin complicaciones, y un pie cavo rígido, que tiende a empeorar con el crecimiento y con frecuencia está relacionado con una causa neurológica o estructural.

El tratamiento en niños depende del origen y de la presencia de síntomas:

  • Plantillas personalizadas: ayudan a distribuir mejor el peso y a prevenir sobrecargas.
  • Calzado adecuado: ligero, con buena amortiguación y suela flexible para favorecer el movimiento natural del pie.
  • Ejercicios y fisioterapia: fortalecimiento de músculos intrínsecos del pie y estiramientos para mantener la flexibilidad.
  • Seguimiento médico periódico: fundamental para detectar cambios en la forma del pie o en la marcha.

Cuando el arco elevado se asocia a una enfermedad neurológica o a una deformidad rígida y progresiva, puede ser necesario valorar una cirugía correctora en edades más tempranas para prevenir problemas mayores en la adolescencia o la edad adulta.

En cualquier caso, la detección precoz y la intervención temprana son claves para evitar complicaciones y asegurar un desarrollo funcional óptimo.

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Prevención y autocuidados

Aunque no siempre es posible evitar la aparición de un arco plantar elevado —especialmente cuando tiene un origen neurológico o hereditario—, sí se pueden tomar medidas para reducir el impacto de la deformidad y prevenir complicaciones. Adoptar ciertos hábitos de cuidado diario ayuda a proteger la salud del pie y a mantener la comodidad al caminar.

  • Revisar periódicamente los pies: prestar atención a la aparición de callosidades, zonas enrojecidas o cambios en la forma del pie. Detectar estos signos de forma temprana permite actuar antes de que surjan molestias mayores.
  • Elegir un calzado adecuado: preferiblemente con buena amortiguación, suela flexible y puntera ancha. Evitar zapatos excesivamente rígidos o estrechos, que aumentan la presión en los puntos de apoyo.
  • Mantener un peso saludable: el exceso de peso incrementa la carga sobre los pies y puede intensificar el dolor o la fatiga.
  • Realizar ejercicios de fortalecimiento y estiramiento: trabajar los músculos del pie y la pierna mejora la estabilidad y ayuda a distribuir mejor la carga en cada paso.
  • Evitar actividades de alto impacto durante las fases de dolor: sustituir correr en superficies duras o saltos repetitivos por opciones de bajo impacto como natación o bicicleta.

Estas pautas no sustituyen la atención médica, pero complementan el tratamiento y contribuyen a mantener el pie en las mejores condiciones posibles.

Preguntas frecuentes sobre el pie cavo

Aun siguiendo todas estas recomendaciones, es normal que surjan dudas sobre cómo controlar un arco plantar alto en el día a día. Resolverlas ayuda a tomar mejores decisiones y a mantener el pie en las mejores condiciones posibles.

¿Un arco plantar alto se corrige solo?

En adultos, no. En niños, si el pie es flexible y no provoca molestias, a veces mejora con el crecimiento, aunque conviene revisarlo periódicamente para detectar cambios.

¿Siempre provoca dolor?

No necesariamente. Hay personas que conviven con un arco elevado sin síntomas, pero en otros casos aparece dolor, fatiga o inestabilidad, sobre todo si no se utilizan plantillas o calzado adaptado.

¿Qué calzado es más recomendable?

Zapatos con buena amortiguación, plantilla acolchada y puntera amplia. Si existe inestabilidad, es útil que el calzado tenga refuerzo en el tobillo.

¿Se puede hacer deporte con un arco plantar alto?

Sí, aunque conviene elegir actividades de bajo impacto si hay dolor y utilizar siempre calzado apropiado. El uso de plantillas personalizadas puede ayudar a prevenir sobrecargas.

¿Puede empeorar con el tiempo?

Sí, especialmente si la causa es neurológica o si no se corrige la sobrecarga. Con los años, pueden aparecer deformidades en los dedos, dolor crónico o problemas en tobillos y rodillas.