El pie cavo es una alteración en la que el arco plantar está más alto de lo normal. Este cambio en la estructura del pie modifica la forma en la que se apoya el peso al caminar, concentrándolo en el talón y en la parte delantera. Aunque puede pasar desapercibido en casos leves, en otros provoca dolor, inestabilidad y un mayor riesgo de lesiones.
A diferencia del pie plano, donde el arco se aplana, en el pie cavo se produce el efecto contrario. Esto hace que la superficie de apoyo sea menor y que ciertas zonas del pie trabajen más de lo debido. Con el tiempo, esta sobrecarga puede derivar en callosidades, dedos en garra, fascitis plantar o problemas en tobillos y rodillas.
El origen puede estar en factores hereditarios, lesiones previas o enfermedades neurológicas que afectan a la musculatura. Identificarlo a tiempo y tratarlo de forma adecuada ayuda a reducir el dolor, mejorar la estabilidad y evitar que la deformidad progrese.
¿Qué es el pie cavo y cómo se diferencia del pie normal?
En condiciones normales, el arco plantar —la curvatura que se forma en la parte interna del pie cuando estamos de pie— actúa como un amortiguador. Absorbe parte del impacto al caminar y ayuda a distribuir el peso de forma equilibrada.
En el pie cavo, ese arco está exageradamente elevado. Esto hace que el peso se concentre en el talón y en la parte delantera del pie, reduciendo la superficie de apoyo y provocando sobrecarga en zonas concretas. A diferencia del pie plano, donde el arco se aplana, aquí sucede justo lo contrario: el arco es demasiado pronunciado.
Si no se trata, el pie cavo puede favorecer la aparición de callosidades, dolor crónico, inestabilidad al caminar y, en algunos casos, deformidades en los dedos como los “dedos en garra”.
Causas más frecuentes del pie cavo
El pie cavo no siempre tiene un origen claro. En algunos pacientes aparece de forma aislada y sin antecedentes familiares ni enfermedades asociadas. Sin embargo, en la mayoría de los casos se relaciona con factores concretos que afectan a la estructura del pie, al control muscular o al equilibrio de las articulaciones. Entender su causa es fundamental para decidir el tratamiento y prevenir que la deformidad avance.
Origen neurológico
Las enfermedades neurológicas son una de las principales causas del pie cavo. En estas situaciones, los nervios que controlan los músculos del pie y la pierna no funcionan correctamente, lo que provoca un desequilibrio entre músculos que elevan el arco y los que lo bajan. Como consecuencia, el arco plantar se acentúa de forma progresiva.
Entre las patologías más asociadas se encuentran la enfermedad de Charcot-Marie-Tooth, la polineuropatía periférica, la distrofia muscular o la parálisis cerebral. Estas alteraciones no solo modifican la forma del pie, sino que también afectan a la fuerza, la estabilidad y la coordinación al caminar. En estos casos, el pie cavo suele evolucionar con el tiempo y requiere un seguimiento más estrecho.
Origen ortopédico o estructural
El pie cavo también puede ser consecuencia de un problema mecánico o de una alteración en la estructura ósea del pie o del tobillo. Fracturas mal consolidadas, lesiones graves de tobillo, luxaciones o secuelas de traumatismos pueden modificar el alineamiento natural de las articulaciones, generando un arco más alto de lo normal.
En personas con lesiones antiguas, el pie cavo puede aparecer de forma lenta y progresiva, a menudo acompañado de rigidez y cambios en la forma de caminar. Este tipo de origen suele requerir una evaluación radiológica para valorar la alineación y descartar otras deformidades asociadas.
Factores hereditarios y otros desencadenantes
En algunos casos, el pie cavo se presenta en varios miembros de una misma familia, lo que sugiere un componente genético. Aquí, la forma del pie está determinada desde el nacimiento y, aunque la deformidad puede ser estable durante años, los síntomas pueden aparecer más tarde, especialmente si aumenta la actividad física o se utiliza un calzado inadecuado.
Otros desencadenantes incluyen el acortamiento de la fascia plantar, desequilibrios musculares por sedentarismo o entrenamientos inadecuados, y enfermedades como la poliomielitis, que dejan secuelas permanentes en la musculatura del pie.