El verano invita a salir, moverse más, cambiar horarios y comidas. Pero también plantea un reto importante para la salud cardiovascular, especialmente en quienes tienen la tensión alta. Las temperaturas elevadas afectan directamente a la presión arterial, y muchas personas notan que en verano se sienten más mareadas, débiles o inestables, incluso cuando su medicación está bajo control.
Este efecto se acentúa en los mayores, que no siempre notan los síntomas a tiempo. Y es que el calor no solo agota: también puede provocar una tensión baja en verano, algo que puede pasar desapercibido o confundirse con el simple cansancio. En quienes padecen hipertensión, es fundamental entender cómo reacciona el cuerpo a las altas temperaturas para prevenir sustos.
¿Por qué el calor baja la tensión?
El cuerpo tiene sus propios mecanismos para regular la temperatura. Uno de ellos es la vasodilatación, es decir, la dilatación de los vasos sanguíneos. Cuando hace calor, los capilares se expanden para facilitar la pérdida de calor a través de la piel. Esa apertura de las arterias también provoca una bajada de la tensión. Y si a eso se suma la pérdida de líquidos y sales a través del sudor, la caída de la presión puede ser aún más marcada.
Aunque podría parecer que a una persona hipertensa le viene bien una ligera bajada, lo cierto es que una hipotensión no es deseable. Puede provocar mareos, visión borrosa, debilidad, aturdimiento o incluso desmayos, especialmente si se mantiene en el tiempo o aparece bruscamente. Esta situación es más común en verano, y en personas mayores el riesgo se multiplica: su percepción de sed disminuye, su regulación térmica es menos eficiente y pueden deshidratarse sin darse cuenta.
Cambios en la presión arterial: cómo saber si algo no va bien
En verano, muchas personas notan que se levantan más mareadas, se cansan con más facilidad o tienen una sensación de inestabilidad que antes no tenían. Si hay tratamiento para la hipertensión, esto puede deberse a un exceso de efecto hipotensor causado por el calor. Lo habitual es notar estos cambios en los momentos de más calor o después de una caminata bajo el sol, aunque también pueden aparecer tras una comida copiosa o en ambientes muy húmedos.
Hay signos que no deben pasarse por alto: la sensación de que "la cabeza se va", el sudor frío, las náuseas leves o el aturdimiento. Todo eso puede ser un aviso de que la tensión está cayendo más de la cuenta.