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E. coli, la bacteria traicionera: cómo detectar, tratar y prevenir la infección

jueves, 5 de junio de 2025

Los brotes de diarrea, los cólicos intensos o la presencia de sangre en las heces pueden aparecer de forma inesperada, y muchas veces van acompañados de deshidratación y malestar general. Detrás de estos síntomas, la bacteria Escherichia coli (E. coli) es una de las causas más frecuentes. Aunque la gran mayoría de sus cepas vive de forma inofensiva en nuestro intestino, ciertas variantes pesticidas y la falta de higiene en la manipulación de alimentos la convierten en una amenaza real.

La transmisión de E. coli suele producirse al consumir carne picada que no se ha cocinado a la temperatura adecuada, lechugas o brotes sin lavar, leche cruda o agua contaminada. Un sencillo descuido en la cocina puede ser suficiente para que los síntomas aparezcan en cuestión de horas. Sin olvidar que los niños, los ancianos y las personas con defensas bajas son los más vulnerables a sus complicaciones, como el síndrome hemolítico urémico.

Comprender el comportamiento de esta bacteria, identificar sus síntomas iniciales y aplicar medidas preventivas puede ser la clave entre un malestar pasajero y un ingreso hospitalario. Cocinar los alimentos a la temperatura adecuada, lavarse las manos con frecuencia y garantizar la calidad del agua son acciones sencillas que mantienen a raya a esta “bacteria traicionera” y protegen la salud de toda la familia.

¿Qué es Escherichia coli (E. coli)?

Escherichia coli, conocida habitualmente como E. coli, es una bacteria que forma parte de la microbiota intestinal de humanos y animales de sangre caliente. En condiciones normales, la mayoría de sus cepas conviven de forma pacífica y desempeñan funciones útiles, como ayudar a la digestión o elaborar ciertas vitaminas. Sin embargo, existen distintos serotipos (variantes genéticas) de E. coli, algunos de los cuales producen toxinas o poseen factores de virulencia que pueden causar enfermedades en el aparato digestivo, urinario u otros sistemas.

¿Cuáles son los tipos de E. coli más importantes?

  • E. coli enterotoxigénica (ETEC): Produce toxinas que provocan diarreas acuosas, sobre todo en viajeros a zonas con estándares de saneamiento bajos (la llamada “diarrea del viajero”).
  • E. coli enterohemorrágica (EHEC), serotipo O157:H7 y otros: Libera toxina Shiga (verotoxina) y provoca diarrea sanguinolenta, dolores abdominales y, en algunos casos, síndrome hemolítico urémico (SHU).
  • E. coli enteropatógena (EPEC): Asociada a diarrea infantil, sobre todo en países en desarrollo.
  • E. coli enteroinvasiva (EIEC): Penetra en las células intestinales y desencadena una enfermedad similar a la disentería (diarrea con moco y sangre).
  • E. coli enteroagregativa (EAEC): Causa diarrea persistente y deshidratación, principalmente en niños.
  • E. coli uropatógena (UPEC): Responsable de muchas infecciones urinarias (cistitis, pielonefritis), especialmente en mujeres.

Al diferenciar estos serotipos, comprendemos por qué unos provocan síntomas leves y otros cuadros más graves. En este artículo dedicamos especial atención a las cepas enterohemorrágicas, como la O157:H7, responsables de las infecciones más peligrosas para la salud pública.

¿Cómo se transmite la infección por E. coli?

La principal vía de transmisión de las cepas patógenas de E. coli es fecal-oral, lo que significa que la bacteria pasa de las heces de una persona o animal infectado a la boca de otra. A continuación, repasamos las formas más habituales de contagio:

Consumo de alimentos contaminados

  • Carne picada o molida mal cocinada: Especialmente de ternera o cordero, cuando se ha manipulado con bacterias en el matadero y no se ha alcanzado la temperatura interna adecuada (>70 °C).
  • Leche no pasteurizada o productos lácteos crudos: La pasteurización elimina E. coli y otros patógenos; sin ella, la leche puede conservar bacterias intactas.
  • Frutas, verduras y ensaladas sin lavar: Si se riegan con agua contaminada o se manipulan con manos sucias. Ejemplos: lechuga, brotes, pepinos o melón.
  • Agua contaminada: Puede ser agua de pozo sin tratamiento, ríos o lagos donde haya desagüe de ganado o alcantarillado.

Contacto directo o indirecto con heces infectadas

  • Manos sin lavar tras cambiar pañales o ir al baño: Si no se higienizan correctamente, las manos pueden llevar E. coli a superficies, utensilios o alimentos.
  • Juguetes, utensilios o superficies del hogar contaminadas: Un simple apretón de manos o tocar un juguete sucio puede propagar la bacteria.

Contacto con animales portadores

  • Los corderos, terneros, cabras y ovejas pueden portar cepas patógenas en su intestino sin enfermar. Manipular estiércol o animales de granja sin protección (guantes, lavado de manos) facilita el contagio.

Transmisión persona a persona

  • En guarderías, hospitales o residencias, la falta de higiene de manos al atender a alguien con diarrea favorece brotes.
  • En entornos donde comparten utensilios de comida o toallas, el riesgo aumenta si no se desinfectan correctamente.

Principales síntomas de una infección por E. coli

El cuadro clínico de E. coli depende en gran medida del serotipo implicado y de la cantidad de bacterias presentes. Mientras algunas cepas producen síntomas digestivos leves, otras pueden desencadenar complicaciones graves, incluso fuera del tracto intestinal. A continuación, identificamos los principales patrones clínicos según el tipo de infección:

Síntomas digestivos (cepas entéricas, especialmente EHEC)

Las cepas enteropatógenas y, sobre todo, las enterohemorrágicas (EHEC) se localizan en el intestino y liberan toxinas que provocan:

  • Diarrea acuosa inicial. Aparece entre 2 y 8 horas después de la ingesta de alimentos o agua contaminada. Se caracteriza por heces líquidas, sin sangre en las primeras fases.
  • Diarrea hemorrágica. Típica de EHEC (como O157:H7). Tras el período de diarrea acuosa, surge deposiciones con sangre, acompañadas de calambres abdominales muy intensos.
  • Dolor abdominal y cólicos. Localizados generalmente alrededor del ombligo o en la parte baja del vientre. En EHEC, el dolor puede ser tan intenso que limita la actividad física.
  • Náuseas y vómitos. Más frecuentes en niños, aunque no todos los casos los presentan. Pueden acelerar la deshidratación si se combinan con diarrea abundante.
  • Fiebre baja o ausente. En las infecciones por EHEC no siempre hay fiebre; su ausencia no descarta gravedad. En otras cepas entéricas, puede haber fiebre moderada.

Síntomas sistémicos y complicaciones (especialmente en EHEC)

Cuando la cepa produce toxina Shiga, el riesgo de complicaciones va más allá del intestino. Es fundamental vigilar estos signos:

Síndrome hemolítico urémico (SHU). Ocurre en alrededor del 5 % de los casos de EHEC, especialmente en niños menores de 5 años y ancianos. Se caracteriza por:

  • Anemia hemolítica. Destrucción de glóbulos rojos que causa palidez, fatiga y taquicardia.
  • Trombocitopenia. Descenso de las plaquetas, con mayor riesgo de sangrados espontáneos, por ejemplo, en encías o nariz.
  • Insuficiencia renal aguda. Retención de líquidos, disminución del volumen urinario y edemas en piernas o cara.
  • Toxicidad sistémica leve. Rara vez, la toxina puede afectar el sistema nervioso, provocando convulsiones, alteraciones del nivel de conciencia o daño hepático leve.
  • Deshidratación grave. Debido a la diarrea persistente y, en ocasiones, a los vómitos. Se manifiesta con sequedad de mucosas, sed intensa, mareos y disminución de la orina. Requiere reposición urgente de líquidos.

Infecciones extraintestinales (cepas uropatógenas y otras)

Algunas variantes de E. coli colonizan el tracto urinario o diseminan en el torrente sanguíneo, dando lugar a cuadros distintos:

  • Infección urinaria (UPEC)
  • Cistitis: Ardor o dolor al orinar, necesidad urgente de miccionar, orina turbia o con mal olor, dolor suprapúbico.
  • Pielonefritis. Fiebre elevada, dolor lumbar (unilateral o bilateral), náuseas o vómitos. En estos casos, la inflamación asciende hacia el riñón.
  • Sepsis o bacteriemia. Ocurre en pacientes hospitalizados, con sondas o catéteres, o en personas con defensas bajas. Se manifiesta con fiebre alta, escalofríos, hipotensión y, en ocasiones, insuficiencia orgánica (pulmonar, renal o hepática).
  • Meningitis neonatal. Algunas cepas K1 de E. coli pueden atravesar la barrera hematoencefálica en recién nacidos, produciendo meningitis caracterizada por fiebre, irritabilidad, llanto agudo, hipotermia o fontanela abombada. Requiere diagnóstico y tratamiento inmediato para evitar secuelas neurológicas graves.

¿Cómo se diagnostica la infección por E. coli?

El diagnóstico de una infección por Escherichia coli comienza con la valoración de los síntomas y el historial clínico. Cuando una persona acude al médico con diarrea intensa, dolor abdominal o, en el caso de infecciones urinarias, ardor al orinar y fiebre, el profesional explorará la evolución de los síntomas, posibles exposiciones (como consumo de carne poco cocinada o contacto con animales) y antecedentes de salud que puedan influir en la gravedad (edad, enfermedades crónicas, etc.).

A partir de esta evaluación inicial, se solicitan pruebas de laboratorio específicas.

Análisis de muestras de heces

Para las infecciones intestinales, lo más habitual es enviar una muestra de heces al laboratorio. Allí se realiza un cultivo dirigido a detectar E. coli productor de toxinas Shiga (EHEC) o a identificar otras cepas patógenas. En muchos centros también se emplean técnicas de biología molecular (PCR) o pruebas rápidas de inmunoensayo que confirman la presencia de toxinas (como la verotoxina). Estas pruebas permiten saber no solo que existe E. coli, sino si es una cepa capaz de causar diarrea hemorrágica o de alto riesgo.

Examen de orina

Cuando los síntomas apuntan a una infección del tracto urinario (cistitis o pielonefritis), se pide un cultivo de orina. Se analiza cuántas colonias de E. coli crecen en el medio de cultivo y se lleva a cabo un antibiograma para comprobar a qué antibióticos es sensible la cepa aislada. Esto ayuda a seleccionar el tratamiento antibiótico más eficaz.

Pruebas de sangre y marcadores de complicaciones

Si hay signos de deshidratación grave, daño renal o sospecha de síndrome hemolítico urémico (SHU), se solicitan análisis de sangre que incluyan un hemograma completo, niveles de creatinina y electrolitos. En el SHU, ocurre destrucción de glóbulos rojos y descenso de plaquetas, por lo que también se valoran bilirrubina y recuento plaquetario. Estos datos orientan sobre la gravedad y la necesidad de ingreso hospitalario para manejo intensivo.

Cultivos adicionales y estudios de imagen (en casos graves)

En situaciones donde se sospecha diseminación de la bacteria a la sangre (bacteriemia) o complicaciones como abscesos renales, es posible que se tomen hemocultivos y se soliciten pruebas de imagen (ecografía o tomografía). Esto es más frecuente en pacientes hospitalizados, inmunodeprimidos o con sondas y catéteres.

Tratamiento de la infección por E. coli

En la mayoría de los casos, el control inicial de una infección por E. coli se centra en controlar los síntomas y evitar la deshidratación. Sin embargo, según la cepa implicada y la gravedad clínica, puede ser necesario recurrir a tratamientos más específicos, incluido el uso de antibióticos o intervenciones multidisciplinares en complicaciones graves.

Control inicial y rehidratación

La base de cualquier cuadro diarreico es restablecer cuanto antes el equilibrio de líquidos y electrolitos. Para ello:

  • Suplementos de sales de rehidratación oral (SRO): son soluciones estandarizadas que reponen sales y agua de forma eficaz.
  • Líquidos caseros suaves: agua, caldos claros o infusiones (evitar azúcar excesiva y cafeína, que pueden empeorar la diarrea).
  • Control de signos de deshidratación: observar sequedad de mucosas, disminución de la micción, mareos o taquicardia. Si estos síntomas persisten o se agravan, puede requerirse rehidratación intravenosa en el hospital.

Uso de antibióticos según la cepa

No todas las infecciones por E. coli requieren tratamiento antibiótico. De hecho, en las cepas productoras de toxina Shiga (EHEC), está contraindicado porque podría empeorar el riesgo de síndrome hemolítico urémico (SHU). En cambio, en otras variantes y localizaciones, los antibióticos sí resultan necesarios:

Prevención: claves para evitar la contaminación por E. coli

Prevenir una infección por E. coli pasa por garantizar la seguridad de los alimentos que consumimos y mantener una higiene adecuada en nuestras rutinas diarias. En la cocina, cocinar la carne a temperatura segura (al menos 70 °C en el interior) es fundamental, sobre todo cuando se trata de carne picada, que concentra bacterias en su interior. Evitar la leche cruda y los productos lácteos no pasteurizados también reduce el riesgo, ya que estos pueden albergar cepas patógenas.

Del mismo modo, las frutas y verduras deben lavarse siempre con agua potable y frotarse con un cepillo limpio, prestando especial atención a las hojas verdes (lechuga, brotes) y las pieles rugosas (melón, pepino). Separar las tablas y utensilios destinados a carne cruda de aquellos que se usan para alimentos listos para comer evita la transferencia indirecta de bacterias a través de superficies contaminadas.

Fuera de la cocina, el lavado de manos frecuente —especialmente antes de comer, después de ir al baño y tras manipular animales o tierra— actúa como una barrera fundamental contra la diseminación de E. coli. Al regresar del huerto, de la granja o de una visita a la zona de animales, conviene detergir bien manos y antebrazos con agua caliente y jabón. En entornos donde hay niños pequeños o personas vulnerables, es importante desinfectar superficies, juguetes o utensilios que hayan estado en contacto con diarrea o heces, para evitar brotes en guarderías, residencias o centros de atención prolongada.

Por último, el consumo de agua debe limitarse a fuentes potables y tratadas. Si se dispone de pozos o aguas superficiales (ríos, lagos), es necesario someterlas a procesos de desinfección adecuados antes de utilizarlas para cocinar o beber. Con estas sencillas medidas —cocinar en condiciones seguras, lavar y separar alimentos correctamente, higienizar manos y superficies, y garantizar la calidad del agua— se mantiene a raya a esta “bacteria traicionera” y se protege la salud de toda la familia.

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E. coli en grupos de riesgo

Aunque E. coli puede infectar a cualquier persona, existen colectivos en los que sus consecuencias suelen ser más graves y requieren atención adicional. A continuación, describimos los tres grupos que deben extremar precauciones:

Embarazadas

Durante la gestación, las alteraciones fisiológicas del tracto urinario facilitan la proliferación bacteriana, por lo que las infecciones urinarias por E. coli (UPEC) son especialmente frecuentes. Si la bacteria se detecta en orina sin que haya síntomas (bacteriuria asintomática), se instaura tratamiento inmediato para evitar que evolucione a pielonefritis, un cuadro que puede aumentar el riesgo de parto prematuro. Aunque el síndrome hemolítico urémico por cepas productoras de toxina Shiga es poco habitual en embarazadas, su aparición exige un control urgente, ya que puede comprometer tanto la salud materna como la fetal.

Niños

Los menores de cinco años presentan un riesgo elevado de desarrollar síndrome hemolítico urémico tras una infección por cepas enterohemorrágicas de E. coli. En estos casos, incluso una diarrea que al principio parece leve puede evolucionar a formas más graves, con anemia, daño renal y necesidad de diálisis. Además, otras variantes como las cepas enteropatógenas o enteroagregativas provocan diarreas prolongadas en la infancia. Por eso, en el entorno escolar y familiar es esencial asegurar una hidratación óptima y detectar signos de deshidratación a tiempo. La formación de educadores y cuidadores para reconocer estos síntomas y fomentar el lavado de manos resulta clave para prevenir brotes.

Ancianos e inmunodeprimidos

Las personas mayores o con defensas reducidas (por ejemplo, tras un trasplante o en tratamiento oncológico) corren más riesgo de complicaciones tanto por infecciones urinarias como por infecciones entéricas. En ellos, una diarrea por cepas entéricas puede provocar deshidratación grave y descompensar otros problemas de salud. Además, las infecciones urinarias no tratadas a tiempo pueden evolucionar rápidamente hacia pielonefritis y sepsis. Por ello, en estos pacientes se recomienda vigilancia estrecha de los líquidos ingeridos, control periódico de la función renal y derivación inmediata al hospital ante cualquier signo de empeoramiento (fiebre alta, dolor intenso, disminución del volumen urinario).

Preguntas frecuentes sobre la infección por E. coli

¿Puedo tener E. coli sin síntomas?

Sí. Algunas cepas no patógenas viven en nuestro intestino sin molestar. Incluso cepas patógenas pueden colonizar brevemente sin causar síntomas, aunque el riesgo de transmisión persiste.

¿Cuál es la diferencia entre diarrea de E. coli y del intestino irritable (colon irritable)?

La diarrea por E. coli suele presentarse con vómitos, calambres abdominales agudos y, a veces, sangre en las heces. El colon irritable es un trastorno funcional crónico, con síntomas como dolor abdominal recidivante asociado a cambios en el hábito intestinal, pero sin infecciones ni sangre.

¿Qué se hace si hay sospecha de E. coli O157:H7?

Acudir con urgencia a un centro sanitario. No se recomiendan antidiarreicos ni antibióticos inicialmente. Se toman muestras de heces, se ingresará si hay signos de SHU o deshidratación grave.

¿Se necesita siempre antibióticos?

No. En infecciones entéricas por EHEC, el uso precoz de antibióticos puede aumentar el riesgo de SHU. En diarreas leves o moderadas, el tratamiento es sintomático y con rehidratación. En infecciones urinarias o sistémicas, sí se indican antibióticos adecuados según cultivos.

¿Cómo sé si un alimento está contaminado?

No se puede saber a simple vista. Por eso, hay que seguir buenas prácticas de cocina: cocinar carne bien hecha, lavar frutas/verduras y mantener una correcta higiene de manos. Ante un brote en un restaurante o matadero, las autoridades sanitarias suelen emitir alertas públicas.