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Displasia fibrosa: síntomas y tratamiento de esta enfermedad ósea poco frecuente

jueves, 22 de mayo de 2025

Dolor persistente en los huesos, fracturas repetidas sin una causa aparente, zonas del cuerpo que empiezan a deformarse… A veces el cuerpo da señales que cuesta interpretar. Y cuando el diagnóstico es displasia fibrosa, muchas personas no han oído hablar nunca de esta enfermedad. Se trata de una alteración benigna del tejido óseo que, aunque poco común, puede afectar de forma importante a la calidad de vida si no se detecta y se trata a tiempo. ¿Qué causa esta enfermedad? ¿Por qué algunos huesos se debilitan o se deforman? ¿Tiene tratamiento? ¿Es hereditaria?

La displasia fibrosa es una enfermedad rara que sustituye el hueso normal por un tejido anómalo, más blando, que no tiene la misma resistencia ni estructura. Puede afectar a una sola zona del cuerpo o aparecer en varios huesos a la vez. En ocasiones, forma parte de un síndrome más complejo que también provoca alteraciones hormonales o manchas en la piel. Aunque muchas veces se diagnostica en la infancia o adolescencia, hay casos que se detectan en la edad adulta, especialmente cuando aparecen molestias óseas o se repiten las fracturas sin explicación clara.

¿Qué es la displasia fibrosa?

La displasia fibrosa es una enfermedad benigna del hueso que provoca que el tejido óseo normal sea sustituido por un tejido fibroso, menos denso y más débil. Esto hace que el hueso afectado se vuelva frágil, propenso a fracturas y con tendencia a deformarse con el tiempo.

Puede afectar a un único hueso (displasia fibrosa monostótica) o a varios (displasia fibrosa poliostótica). En algunos casos, forma parte del síndrome de McCune-Albright, un cuadro más complejo que también implica alteraciones hormonales (pubertad precoz, disfunciones endocrinas) y manchas cutáneas características de tono café con leche.

No es una enfermedad contagiosa ni hereditaria. Su evolución es lenta y suele estabilizarse después de la pubertad, aunque en algunos casos puede continuar progresando durante la edad adulta.

¿Cuales son las causas de este enfermedad?

La causa de la displasia fibrosa es una mutación en el gen GNAS, que se produce de forma espontánea durante el desarrollo embrionario. Esta alteración genética provoca que ciertas células encargadas de formar el hueso no maduren correctamente y generen tejido fibroso en lugar de hueso sólido.

Esta mutación no se transmite genéticamente de padres a hijos. La intensidad de la enfermedad depende del momento en que aparece la mutación: cuanto antes ocurre durante el desarrollo, más zonas pueden verse afectadas.

Principales síntomas de la enfermedad

Los síntomas de la displasia fibrosa pueden variar considerablemente de una persona a otra. En algunos casos la enfermedad se mantiene silenciosa durante años, sin causar molestias evidentes. En otros, los signos aparecen desde la infancia y afectan de forma significativa a la movilidad, la estructura ósea o el bienestar general.

El síntoma más habitual es el dolor óseo persistente, que no siempre se relaciona con un golpe o lesión reciente. Este dolor suele localizarse en el área afectada y puede empeorar con el esfuerzo físico o al final del día. En niños, a menudo se confunde con dolores de crecimiento o molestias musculares.

A medida que la enfermedad avanza, pueden aparecer otros signos que ayudan a identificarla:

  • Fracturas óseas espontáneas o con traumatismos leves, debidas a la fragilidad del hueso afectado.
  • Deformidades progresivas, como curvaturas anómalas en piernas, brazos o columna, que se acentúan con el crecimiento.
  • Asimetrías en la cara o el cráneo, cuando la displasia afecta a los huesos craneales, lo que puede ocasionar también alteraciones visuales o auditivas.
  • Retrasos en el crecimiento o desigualdad en la longitud de las extremidades, especialmente si hay varios huesos implicados.

En los casos relacionados con el síndrome de McCune-Albright, pueden presentarse además:

  • Manchas pigmentadas en la piel (color café con leche), con bordes irregulares, generalmente en un solo lado del cuerpo.
  • Alteraciones hormonales, como pubertad precoz en niñas o problemas endocrinos en la edad adulta.

Es importante destacar que no todos los síntomas aparecen a la vez ni con la misma intensidad. Por eso, ante la aparición de dolor óseo repetido, fracturas sin motivo claro o cambios visibles en la estructura corporal, conviene acudir a un especialista para valorar posibles causas como la displasia fibrosa.

¿Cómo se diagnostica?

El diagnóstico de la displasia fibrosa no siempre es inmediato, especialmente cuando los síntomas son leves o inespecíficos. Muchas veces se detecta de forma accidental al realizar una prueba de imagen por otro motivo. Sin embargo, cuando hay dolor persistente, deformidades o fracturas frecuentes, es fundamental realizar una evaluación médica detallada para confirmar el origen del problema.

El primer paso es siempre la valoración clínica. El médico explora el área afectada, pregunta por antecedentes personales y familiares, y analiza la evolución de los síntomas. Si hay sospecha de displasia fibrosa, se solicitan pruebas específicas para observar el estado del hueso.

Las pruebas más utilizadas son:

  • Radiografía simple: es la herramienta inicial. Muestra imágenes características del hueso afectado, como zonas de aspecto “vidrioso” o trabeculado irregular. Suele ser suficiente para orientar el diagnóstico cuando la afectación es clara.
  • Resonancia magnética (RM) o Tomografía computarizada (TAC): ofrecen más detalle sobre la localización exacta de la lesión, su extensión y su relación con estructuras cercanas. Son útiles si hay afectación en la columna, pelvis o cráneo.
  • Gammagrafía ósea: ayuda a detectar si hay múltiples zonas afectadas, lo que indicaría una forma poliostótica.
  • Biopsia ósea: no siempre es necesaria, pero puede solicitarse si hay dudas o si se quiere descartar otras enfermedades como tumores óseos. Consiste en extraer una pequeña muestra del hueso para su análisis al microscopio.

En casos en los que se sospecha un síndrome asociado, como el síndrome de McCune-Albright, también pueden pedirse análisis hormonales y pruebas genéticas específicas para confirmar la alteración en el gen GNAS.

Cuanto antes se confirme el diagnóstico, más fácil será planificar un tratamiento adecuado y evitar complicaciones futuras. Por eso, ante cualquier sospecha, lo mejor es acudir a un especialista en traumatología o enfermedades óseas raras.

¿Qué tratamiento tiene?

Aunque la displasia fibrosa no tiene cura definitiva, existen múltiples opciones terapéuticas que permiten aliviar el dolor, prevenir complicaciones y mejorar la calidad de vida. El enfoque del tratamiento depende de varios factores: la edad del paciente, la cantidad y localización de los huesos afectados, la gravedad de los síntomas y la aparición de fracturas o deformidades.

En muchos casos leves, especialmente en la forma monostótica, puede bastar con un seguimiento periódico y recomendaciones para proteger la zona afectada. Pero cuando los síntomas son más evidentes o interfieren con la actividad diaria, se pueden aplicar diversas medidas terapéuticas.

Las principales opciones de tratamiento incluyen:

  • Control del dolor: con analgésicos o antiinflamatorios no esteroideos (AINEs), sobre todo en fases de mayor sensibilidad o tras una fractura.
  • Bifosfonatos: medicamentos como el alendronato o el pamidronato que ayudan a reducir la actividad de las células que destruyen hueso y pueden aliviar el dolor. Se administran por vía oral o intravenosa, según el caso.
  • Fisioterapia: resulta clave para mantener la movilidad, prevenir la rigidez articular y fortalecer la musculatura que rodea al hueso afectado. Siempre debe ser personalizada.
  • Cirugía ortopédica: se reserva para situaciones más complejas, como fracturas frecuentes, deformidades importantes o compromiso funcional. Puede implicar la colocación de placas, clavos intramedulares o incluso injertos óseos.
  • Tratamiento endocrinológico: en los casos asociados al síndrome de McCune-Albright, es importante controlar los desequilibrios hormonales, ya que estos pueden empeorar la progresión de la enfermedad ósea.

Además del tratamiento activo, es fundamental realizar controles regulares para valorar la evolución de las lesiones, detectar a tiempo posibles complicaciones y ajustar las pautas terapéuticas.

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¿Cuál es su pronóstico?

El pronóstico de la displasia fibrosa puede variar mucho de una persona a otra. En general, es una enfermedad benigna, no cancerosa, pero su evolución y el impacto que tiene en la vida diaria dependen de la forma concreta que adopte en cada paciente.

En la mayoría de los casos de displasia fibrosa monostótica, donde solo está afectado un hueso, el pronóstico suele ser favorable. Muchas veces la enfermedad se estabiliza tras la adolescencia y no requiere más que revisiones periódicas, especialmente si no hay dolor o fracturas.

Sin embargo, cuando se trata de la forma poliostótica, o en casos vinculados al síndrome de McCune-Albright, la situación puede ser más compleja. Estos pacientes presentan un mayor riesgo de:

  • Fracturas frecuentes, especialmente durante la infancia y adolescencia.
  • Deformidades progresivas que pueden afectar a la postura o la movilidad.
  • Alteraciones hormonales que requieren tratamiento específico.
  • Afectación de zonas delicadas como el cráneo, la pelvis o la columna vertebral.

En cualquier caso, un diagnóstico precoz y un seguimiento médico bien estructurado ayudan a prevenir complicaciones y a mejorar la calidad de vida a largo plazo.

El acompañamiento especializado también es fundamental en la etapa infantil o adolescente, donde pueden surgir dudas sobre el desarrollo, la práctica de deporte o las limitaciones físicas. Con la atención adecuada, muchas personas con displasia fibrosa pueden llevar una vida activa, autónoma y con buen control de los síntomas.

¿Cuándo consultar?

No siempre es fácil saber cuándo acudir al especialista, especialmente si los síntomas parecen leves o aparecen de forma intermitente. Pero en el caso de la displasia fibrosa, una evaluación médica a tiempo puede marcar la diferencia. Detectarla en fases tempranas permite evitar complicaciones, planificar el seguimiento adecuado y actuar cuando realmente se necesita.

Desde Clínica Asturias recomendamos consultar si observas alguno de estos signos:

  • Dolor óseo persistente, localizado y sin causa aparente.
  • Fracturas que se producen con poca intensidad de golpe o de forma repetida.
  • Deformidades visibles en huesos largos, cráneo o rostro.
  • Diferencias en la longitud de las extremidades o alteraciones en la marcha.
  • Signos de pubertad precoz o manchas en la piel en niños o adolescentes.

También es importante realizar un seguimiento si ya has sido diagnosticado, aunque no haya síntomas recientes. La displasia fibrosa es una enfermedad que puede cambiar con el tiempo, por lo que mantener el control médico es clave para adaptar el tratamiento a cada momento.

En Clínica Asturias contamos con un equipo multidisciplinar que trabaja de forma coordinada para valorar, tratar y acompañar a personas con enfermedades óseas poco frecuentes como esta. Nuestro compromiso es ofrecerte respuestas claras, un seguimiento cercano y las mejores opciones para tu bienestar.